jueves, 29 de mayo de 2008

Estilos de socialización

Foto editada por Xosé Castro

"Ser padres es primeramente sentir cosas respecto a los hijos, sentimiento que en la mayoría de los casos adopta la forma intensa y positiva llamada apego de la que acabamos de ocuparnos. Pero ser padres es también actuar con los hijos, encauzar su comportamiento en una determinada dirección, asegurarse de que no actúan de una determinada manera, poner límites a sus deseos, procurarles satisfacciones y hacerles soportar frustraciones. Este conjunto de conductas reciben el nombre genérico de estrategias de socialización, porque su objetivo se relaciona muy directamente con moldear a través de la intervención educativa el tipo de conductas que los padres valoran como apropiadas y deseables para sus hijos, tanto para su desarrollo personal cuanto con vistas a su integración social. La tarea de socializar es evolutivamente posterior al establecimiento del apego y requiere por parte de los padres una serie de tomas de decisión, una serie de comportamientos y tensiones que típicamente no se dan en las relaciones de apego. Las estrategias de socialización tienen que ver también con el tono de la relación, con el mayor o menor nivel de comunicación, con las concretas formas que adopta la expresión de afecto, etc. Así, los estilos de socialización son en realidad estilos de relación entre los padres y los hijos, aunque en este caso no limitados al ámbito de las relaciones afectivas, sino situados en el contexto más amplio de la comunicación y la conducta.

Muy desde el principio, la investigación sobre los estilos de socialización estuvo de acuerdo en que se trataba de un constructo multidimensional. De hecho, como señalan Barling y Steinberg (1993), la utilidad del concepto de estilo de socialización como heurístico se refleja en la gran semejanza de las características utilizadas para definirlo por investigadores situados en muy diferenes ópticas. Estas características tienden a incluir siempre dos dimensiones básicas:
  • la una relacionada con el tono emocional de la relación y la comunicación (aceptación/rechazo, calor/frialdad, afecto/hostilidad, proximidad/distanciamiento), y
  • la otra relacionada con las conductas puestas en juego para controlar y encauzar la conducta del niño o la niña (autonomía/control, flexibilidad/rigidez, permisividad/restrictividad).
Quizá por ese acuerdo en la multidimensionalidad ha habido una larga tradición consistente en definir tipologías de estilos de socialización, cada una de las cuales integraría una cierta configuración de los elementos en juego (por ejemplo, estilo de socialización con altos grados de afecto y muy bajo grado de control, etc.) Sin duda, las tipologías propuestas pro Baumrind (1971) y elaboradas posteriormente por MacCoby y Martin (1983) se encuentran entre las más conocidas y, también, entre las más influyentes con vistas a orientar la investigación en este terreno y a promover determinados estilos como más recomendables o más indeseables, con lo que nos encontramos con uno de los temas que más claramente exceden el ámbito de la investigación básica y se proyecta en la psicología evoutiva que es trasladada por los expertos a los padres y la sociedad en general.Si el análisis de los diferentes estilos de socialización comporta tan fácilmente una dimensión valorativa de su eficacia y consecuencia es porque existe una muy amplia tradición investigadora que se ha dedicado a explorar las relaciones entre los estilos de socialización y diferentes aspectos del desarrollo individual y la conducta social. Muy desde el principio se señaló cómo, por ejemplo, el exceso de control autoritario por parte de los padres se relacionaba con una pobre interiorización de normas en el hijo educado en ese clima. Además, un número importante de investigaciones han mostrado cómo los efectos de diferentes estilos de socialización no se limitan al corto plazo, sino que se prolongan en manifestaciones psicológicas y conductuales muchos años después. Así, por seguir con el mismo ejemplo, el problema del excesivo autoritarismo no es sólo que dificulte la interiorización de normas en el niño preescolar, sino que podría llegar a dar lugar a síntomas clínicos y problemas de conducta en la adolescencia (Ge, Best, Conger y Simons, 1996)."


RODRIGO, M.J. y PALACIOS, J. (2000) FAMILIA Y DESARROLLO HUMANO. Psicología y Educación. Madrid: Alianza Editorial. (Págs. 61 -62).

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