"Cuando se habla del cumplimiento de las normas y reglas del contexto por parte de los niños y adolescentes se piensa, en primer lugar, en las normas que constituyen lo que se llama la disciplina en un centro escolar o incluso en una familia. Son normas que regulan muchos temas de la convivencia, establecen cómo se deben actuar y sancionar el comportamiento que se aleja de dichas pautas. En este caso, cuando se trata de valorar si la estrategia acordada para la resolución de un conflicto interpersonal se adapta a lo que está permitido, generalmente se adopta el punto de vista del adulto que ha dispuesto la norma y que efectúa la valoración de la conducta del alumno o alumna.
En este caso debería tenerse en cuenta que la percepción de los alumnos no siempre coincide con la del profesor a la hora de interpretar la norma. En algún estudio (Trianes, Blanca, García, Muñoz y Fernández, 2007) hemos constatado la existencia de diferencias entre alumno y profesor a la hora de considerar los criterios de la conducta hábil, basándose en resultados que muestran que hay alumnos que son bien valorados por el profesor pero que sin embargo se auto-valoran peor, en el sentido de atribuirse incompetencias y bajas habilidades sociales.
Este tipo de resultado lleva a la necesidad de considerar que las normas de disciplina o criterios de conducta no son percibidos ni comprendidos por niños y adolescentes del mismo modo que lo hacen los adultos. De esta situación pueden provenir faltas de identificación con las normas y consecuentes problemas de disciplina. Al mismo tiempo, este resultado presenta apoyo a procedimientos más democráticos en la definición de las normas y criterios de evaluación, que hacen participar a los niños o adolescentes en su definición y mantenimiento, razonando con ellos, pidiéndoles compromiso, recogiendo su punto de vista en las definiciones y en los mecanismos de control, y otras medidas que facilitan la comprensión y compromiso de cumplimiento. Además, estos procedimientos participativos están más de acuerdo con objetivos educativos que asumen que promover autorregulación, compromiso y cumplimiento de la norma es positivo para el desarrollo infantil y adolescente.
Pero existen otras normas que rigen la conducta social y que provienen de la propia interacción entre iguales, como por ejemplo las que definen la pertenencia a un grupo, las que regulan un juego o una determinada interacción, las que fijan los criterios para establecer confianza para contar un "secreto" y similares. Estas normas de la interacción entre iguales son también numerosas, y en este caso no son los adultos sino los propios niños o adolescentes los que establecen las normas y valoran la conducta de otros. En este caso, el resultado de los procesos de valoración de los iguales conforma la llamada reputación, y suele evaluarse mediante sociométricos. Este tipo de instrumento arroja resultados que son considerados medidas de reputación social entre los iguales. Así, un niño puede ser considerado por los iguales como rechazado o como aceptado. Se ha dicho antes que el rechazo sociométrico se asocia a dificultades posteriores, mientras que la aceptación se asocia a buenos resultados en competencia social. El rechazo o la aceptación pueden predecirse a partir del tipo sociométrico porque estas etiquetas, que recogen reputación social del niño o niña objetivo, suscitan conducta consistente con la reputación social del niño o niña en cuestión."
En este caso debería tenerse en cuenta que la percepción de los alumnos no siempre coincide con la del profesor a la hora de interpretar la norma. En algún estudio (Trianes, Blanca, García, Muñoz y Fernández, 2007) hemos constatado la existencia de diferencias entre alumno y profesor a la hora de considerar los criterios de la conducta hábil, basándose en resultados que muestran que hay alumnos que son bien valorados por el profesor pero que sin embargo se auto-valoran peor, en el sentido de atribuirse incompetencias y bajas habilidades sociales.
Este tipo de resultado lleva a la necesidad de considerar que las normas de disciplina o criterios de conducta no son percibidos ni comprendidos por niños y adolescentes del mismo modo que lo hacen los adultos. De esta situación pueden provenir faltas de identificación con las normas y consecuentes problemas de disciplina. Al mismo tiempo, este resultado presenta apoyo a procedimientos más democráticos en la definición de las normas y criterios de evaluación, que hacen participar a los niños o adolescentes en su definición y mantenimiento, razonando con ellos, pidiéndoles compromiso, recogiendo su punto de vista en las definiciones y en los mecanismos de control, y otras medidas que facilitan la comprensión y compromiso de cumplimiento. Además, estos procedimientos participativos están más de acuerdo con objetivos educativos que asumen que promover autorregulación, compromiso y cumplimiento de la norma es positivo para el desarrollo infantil y adolescente.
Pero existen otras normas que rigen la conducta social y que provienen de la propia interacción entre iguales, como por ejemplo las que definen la pertenencia a un grupo, las que regulan un juego o una determinada interacción, las que fijan los criterios para establecer confianza para contar un "secreto" y similares. Estas normas de la interacción entre iguales son también numerosas, y en este caso no son los adultos sino los propios niños o adolescentes los que establecen las normas y valoran la conducta de otros. En este caso, el resultado de los procesos de valoración de los iguales conforma la llamada reputación, y suele evaluarse mediante sociométricos. Este tipo de instrumento arroja resultados que son considerados medidas de reputación social entre los iguales. Así, un niño puede ser considerado por los iguales como rechazado o como aceptado. Se ha dicho antes que el rechazo sociométrico se asocia a dificultades posteriores, mientras que la aceptación se asocia a buenos resultados en competencia social. El rechazo o la aceptación pueden predecirse a partir del tipo sociométrico porque estas etiquetas, que recogen reputación social del niño o niña objetivo, suscitan conducta consistente con la reputación social del niño o niña en cuestión."
TRIANES TORRES, M.V.; MUÑOZ SÁNCHEZ, A. M. y JIMÉNEZ HERNÁNDEZ, M. (2007) LAS RELACIONES SOCIALES EN LA INFANCIA Y EN LA ADOLESCENCIA Y SUS PROBLEMAS. Madrid. Editorial: PIRÁMIDE. (Págs. 61 - 63)
2 comentarios:
Estoy totalmente de acuerdo con este artículo. Yo tengo una niña de veinte meses, a la que intentamos educar desde el afecto constante, pero cuando queremos que ella sea consciente de que alguna de sus acciones no es correcta bajo nuestro punto de vista, se la corregimos mediante el diálogo, no la reprimimos severamente. El resultado esta siendo muy positivo, ella es muy cariñosa con todos los que la rodean (aunque es tímida y se abre una vez conoce a las personas)y sabe escuchar a los otros ya desde muy pequeñita, está creciendo como persona, con unos márgenes de libertad apropiados para su edad que le dan seguridad y autonomía. Ningún ser humano podemos desarrollarnos como personas razonables sin amor y sin afecto. Yo también pienso que esta es la base para después poder llevar como "bagaje personal" esa "mochila" llena de valores universales y buenas prácticas de convivencia, necesarias en esta sociedad actual que nos ha tocado vivir, la cual carece de sensibilidad para con los otros, y la cual se detiene muy poco para reflexionar sobre lo que está bien o está mal.
Enhorabuena buena por este blog tan completo, y que trata de temas tan diversos relacionados con la familia, base fundamental para la educación del planeta.
Las buenas prácticas de la convivencia, tema clave en la sociedad que nos toca vivir. Si no educamos a los niños en una competencia social adecuada desde la familia y desde la escuela, dificilmente se desarrollarán unas buenas habilidades sociales de adulto.
Me alegro que te guste el tema.
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